Borges, un bárbaro en Japón

(Artículo publicado por Revista Mundo Diners. El autor de la ilustración es M. Maggiorini).

No se ha podido establecer en qué parte está el templo en donde habita un monje que escribió un poema en el que, sin decirlo, reflexiona sobre la visita de Jorge Luis Borges a Japón.
Demasiado disciplinado en sus oraciones y canciones, no puso atención en la identidad del forastero que había llegado, amparado por la pompa que habían preparado para él.
El monje escribió:
Esta mañana nos visitó un viejo poeta peruano. Era ciego.
Desde el atrio compartimos el aire del jardín y el olor de la
tierra húmeda y el canto de aves o de dioses.
A través de un intérprete quise explicarle nuestra fe.
No sé si me entendió.
los rostros de los occidentales son máscaras que no se dejan
descifrar.
Me dijo que de vuelta al Perú recordaría nuestro diálogo en
un poema.
Ignoro si lo hará.
Ignoro si nos volveremos a ver.

Ilustración de M. M. Maggiorini
Ignoro si habrá evidencias de que algo de lo que escribió Borges luego de visitar Japón fuera la muestra de que honraba la palabra empeñada al monje. A lo mejor todo lo que escribió después es el simple cumplimiento de un compromiso que era vital para el genio argentino.

Borges escribió:
“Desde montañas que prefieren, como Verlaine, el matiz al color, desde una escritura que ejerce la insinuación y que ignora la hipérbole, desde jardines donde el agua y la piedra no importan menos que la hierba, desde tigres pintados por quienes nunca vieron un tigre y nos dan casi el arquetipo, desde el camino del honor, el bushido, desde una nostalgia de espadas, desde puentes, mañanas y santuarios, desde una música que es casi el silencio, desde tus muchedumbres en voz baja, he divisado tu superficie, oh Japón. En ese delicado laberinto…”
Dos precisiones. Cuando habla de Verlaine se refiere al poeta francés Paul Verlaine y su teoría de que los poetas simbolistas tienen una preferencia vital por el matiz, como contraposición al color; sus cantos alaban los tonos indefinidos y los conceptos vagos del matiz, pero no la precisión del color plano. Lo segundo, el Bushido es la recuperación de una serie de normas transmitidas oralmente y que funcionaron como el código de conducta de los samurai.
No hay la intención de verificar si históricamente el monje se refería a Borges ni si Borges cumplió su oferta con este escrito. Los dos comentarios son universales, los protagonistas son irrelevantes.
A Jorge Luis Borges (Buenos Aires 1899 – Ginebra 1986) Japón le comenzó a interesar a partir de sus lecturas de la poesía nipona y de los 54 capítulos de Genji Monogatari, de Murasaki Shikibu, probablemente primera novela del mundo en el sentido moderno.
Además, había escrito con Alicia Jurado el ensayo Qué es el budismo, materia que estuvo siempre presente en la relación entre el escritor y un país que le hizo guiños seductores inolvidables de vez en cuando.

De las religiones y sus secuaces

A partir de haber explorado una de las dos religiones con las que los japoneses reconfortan su alma, el escritor argentino se creía preparado para lo que encontraría en sus dos viajes, 1979 y 1983.
Sabía sobre el budismo y se encontró con el sintoísmo.
Borges escribió:
Hablo con libertad: el Shinto es el más leve de los cultos
El más leve y el más antiguo.
Guarda escrituras tan arcaicas que ya están casi en blanco.

Borges dijo:
“Siempre me interesó el budismo, que es una religión que no exige de nosotros ninguna mitología; las otras religiones exigen mitología. Por ejemplo, el cristianismo nos exige la creencia en una divinidad que se hace hombre, tenemos que creer en premios y castigos. Pero el budismo no nos exige ninguna mitología y la permite también. Una prueba de tolerancia, que es una de las virtudes del Japón, es el hecho de que hay dos religiones oficiales. Una es el shinto, una suerte de panteísmo; creo que hay ocho millones de dioses, lo cual para nosotros es casi infinito y el infinito se parece bastante a cero. Creo que el Emperador profesa la fe del Buda y el shinto. Si además de eso un japonés quiere convertirse a cualquiera de la sectas cristianas, puede, ya que se considera que todas son facetas de la misma verdad”.
No hay que ser un iluminado para imaginarse a Borges caminando por un santuario shinto o por un templo budista, lento, apoyado sobre el bastón cuyo golpe le saca sonidos marrones a la piedra. Preguntador más que afirmador, el escritor argentino pretendería dibujar las imágenes gracias a las palabras de los otros; pero sobre todo a los olores, la temperatura, las texturas y los sonidos como el marrón de su bastón cuando choca contra la piedra.
Borges dijo:
“Yo pude conversar con un monje de un monasterio budista. Este muchacho, de unos treinta años, había estado dos veces en Nirvana; me dijo que él no podía explicármelo, y yo le entendí. Toda palabra presupone una experiencia compartida. Si yo digo ‘amarillo’, se entiende que el interlocutor ha visto el color amarillo. Si no lo ha visto, la palabra es inútil. Bien, él no podía explicarme nada porque yo no había alcanzado el Nirvana. Me dijo que después de esa experiencia, le acontecían las mismas cosas que al resto de los hombres, sin excluir el dolor físico, el placer físico, la soledad, la incertidumbre y por qué no, el dolor, la traición; todo eso le es dado con no menos generosidad que a los otros hombres. Pero como él había estado en Nirvana sentía todo eso de un modo distinto, de un modo que no podía explicarme. El podía hablar de eso con otro monje en un monasterio lejano; cuando se encontraban podían hablar de esa experiencia, pero yo estaba excluido”.
Probablemente la sensación de exclusión se origina en la dificultad de Borges por entender al Japón, aunque no deja entrever en sus líneas que haya tenido ningún interés en integrarse en cuerpo y alma. Había otros aspectos que le fascinaban.

Del Japón y sus cómplices

A pesar de sus exploraciones y de la búsqueda de los artificios que le ayuden a explicar a una Nación (o a una cultura o a las dos) da la impresión que Borges siente más gusto por no lograr entenderla, pero al mismo tiempo no ceja en buscarla. “Yo no podré resolver ningún enigma, ya que el Japón es un enigma para mí. Pero un enigma que puede ser encantador”.
En sus escritos se da por rescatar trazos de la cotidianeidad que le atraen, que le llevan a diseñar un intento de ecuación de lo abstracto, de lo inasible. La cortesía le llama la atención, aquella que puede tomar forma de silencio: cientos de asistentes a un teatro donde se representa el no y ningún ruido.
Borges escribió:
“Luego otro rasgo curioso es que el interlocutor siempre tiene razón. Yo recuerdo que visitamos el santuario del Buda en Nara (…) Vimos aquello y alguien al salir preguntó si la imagen del Buda era de madera. Un sacerdote que dominaba el inglés contestó: ‘Sí, es de madera’. Dejó pasar el tiempo y otro preguntó al mismo sacerdote: ‘¿De qué está hecha la imagen del Buda?’ El sacerdote, sin contradecirlo, sin ofenderlo, pudo decir: ‘De bronce, señor’. Todo eso corresponde a un modo muy complejo. A un mundo de buenos modales, a un mundo de gente educada, culta, y eso para mí, que era un bárbaro en Asia, me sorprendió”.
Y agrega que “El hecho de compartir de algún modo una cultura que me parece harto más compleja que la nuestra, me alegró”. Tanto como mirar la historia reciente con los ojos de un ciego descomunal.
Borges escribió:
“Japón sufrió una derrota terrible, la aceptaron. No hubo ninguna hipocresía y sin modificar sus estructuras, sin perder su reverencia al emperador, el país resolvió cambiar, aceptar ese mecanismo occidental que los había destruido, y ahora se da este hecho increíble para nosotros. El hecho increíble es que Japón ahora posee dos culturas: su cultura oriental y la cultura occidental. A ésta, la ejercen mejor que los occidentales, a juzgar por las máquinas que se fabrican en Japón que son más evolucionadas, más refinadas y más elegantes también, porque el sentido estético del Japón perdura. Yo pienso que la inducción de los kanji, del budismo, tiene que haber sido para ellos una revolución no menos grande que la revolución actual de la cultura occidental que ellos han aceptado. Son ciento veinte millones de hombres que están ejerciendo dos culturas. Lo hacen sin lamentos, sin una elegía. Ellos han adquirido algo más, ellos han visto en esa derrota una secreta victoria”.

De la literatura y sus autores

A la complejidad, que tanto le llama la atención, que le seduce, la encuentra en lo cotidiano, con una facilidad pasmosa.
Borges dijo:
“Pero en japonés creo que hay nueve modos de contar las cosas, y las palabras varían también según los números. Por ejemplo hay un sistema que sirve para contar cosas largas y cilíndricas; este bastón o un lápiz o un taco de billar. Hay otro para contar animales chicos o grandes. Todo eso me ayuda a comprender la brevedad de la poesía japonesa. Me dicen que no es algo que atañe a unos pocos. No, todo el mundo versifica. Creo que por año se escriben un millón de haiku; los escribe un campesino, un obrero, el Emperador, y si buscan ese límite es porque sin duda tienen un idioma más complejo que el nuestro. (…) Una prueba de ello es que buscan formas breves porque saben que el idioma les permite hacer poemas admirables de diecisiete sílabas. Ellos se han impuesto esto porque sin duda saben que pueden hacerlo”.
Haiku es una poesía tradicional japonesa que exige una combinación exacta de 17 sílabas, agrupadas en tres versos: 5-7-5. Es la manera preferida de escribirlo todo, lo vanal y los religioso.
Haiku de Borges:
Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.

Borges escribió:
“El fin de los poemas es apreciar un instante precioso. Un haiku bien hecho tiene que cumplir una mención de una de las estaciones del año. Creo que hay libros en los cuales hay por ejemplo cincuenta maneras de indicar el otoño, cincuenta maneras de indicar el estío, o lo que fuere. Uno puede repetir una de esas fórmulas y no importa, porque no hay la idea de plagio. El autor tiene que tratar de hacer algo bello. Si eso bello no es enteramente original no importa. ‘Sobre / la gran campana de bronce / se ha posado una mariposa’. En ambos haiku no hay metáfora, no se compara una cosa con otra. Es como si los japoneses sintieran que cada cosa es única. La metáfora es una pequeña operación mágica. Hablamos por ejemplo del tiempo y lo comparamos con un río, hablamos de las estrellas y las comparamos con ojos, la muerte con el sueño. En la poesía japonesa se busca el contraste. Vemos el contraste entre la perdurable campana y la mariposa efímera”.
Haiku de Borges:
La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia.

Borges escribió:
He empezado a estudiar ese idioma que no sabré nunca, pero es algo así como si supiera que algo es inmoral, que de algún modo seguiré estudiando japonés después de mi muerte corporal. ¿Por qué no creer en la transmigración, que es algo que en los países orientales no se trata de explicar?”.

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