Las flores de fuego rasgan la noche

Estoy feliz de volverles a ver. Les traigo cuentos de fuego, esperanza y colores. ¿Comenzamos?


El verano y el fuego del cielo son inseparables en Japón. No se puede entender la estación calurosa desprendida de las flores de fuego. Hanabi, ese es el nombre japonés de los fuegos artificiales; otra vez, el inmenso valor de lo efímero.
Como suele suceder en este país que respeta tanto las tradiciones del pasado como las perspectivas del futuro, nada sucede en pequeña escala, menos aún la diversión y cierto recogimiento que provoca esta fiesta.

Foto cortesía de Ayumi Miyamura
Según la Oficina de Turismo de Japón, en el país se realizan unos 7.000 hanabi al año. De manera que no es exagerado decir que en verano el país revienta en estrellas. Una muestra de la asociación del estío con los hanabi es que en Año Nuevo, que es considerada la fiesta más importante del país, no se usan los fuegos de artificio.
Cada uno de los miles de festivales son populares, en cada pedazo de cielo donde revienta esa especie de polvo de estrellas habrá cientos de japoneses que festejen con lágrimas la maravilla de las pinceladas efímeras con las que se dibuja el cielo de la noche.
Hay, sin embargo, dos que son más notorios: el primero sucede en las orillas del río Sumida, que atraviesa Tokio. Unas 800.000 personas se agolpan alrededor del eje del festejo, no queda en el barrio de Asakusa un lugar que no se use como una butaca para mirar las cerca de dos horas de espectáculo. Sucede como hace siglos.
La historia es extraña. Los fuegos pirotécnicos se inventaron en China, viajaron por la Ruta de la Seda y llegaron a Inglaterra. Los japoneses, vecinos de los chinos, los vieron por primera vez gracias a que se los mostraron unos ingleses. Eso sucedió en 1613 y desde ese entonces se los usa con fervor.
Al rededor de 1730 Japón sufrió debido a una hambruna terrible, se calcula que perdieron la vida cerca de un millón de personas. En ese entonces, el sogún Yoshimune organizó un hanabi a orillas del río Sumida para expresar sus respeto por quienes murieron y para alejar espíritus diabólicos, fue una oración fúnebre que, sin embargo, no tuvo, no tiene aún, un sentido de lamentación.

Foto cortesía de Miki Enomoto

Ayumi Miyamura, una voluntaria que ha trabajado por años en Ecuador, afirma que “Debido a estas catástrofes se presentó el primer hanabi, como una esperanza de vida. Gradualmente adquirió el significado de sentir la muerte de las víctimas provocadas por nuestras guerras y desastres que hemos vivido”. Pero desde la perspectiva de un canto por la paz y por la esperanza.
En los alrededores hay dos batallas que se libran con tenacidad y con mucha alegría. La primera es la de los fabricantes de los hanabi. A pesar de que históricamente la supremacía de los mejores la disputaron dos familias, ahora hay muchos que durante décadas han experimentado, innovado y mejorado para producir los que son, por ahora, los más espectaculares del mundo.
En la noche de verano en la que se lanzan al cielo las luces alrededor de Asakusa, según versiones oficiales, en las aproximadamente dos horas que dura el festival, explotan más de 20.000 cascarones con pólvora, color, oraciones y esperanzas.
La imagen muestras las varias capas de las que están formados los cascarones, de manera que puedan realizarse explosiones sucesivas controladas. La mayoría de estos cascarones son un poco más pequeños que una pelota de fútbol pero se ha llegado a lanzar esferas de 1,2 metros de diámetro.
Sin embargo, el festival del río Sumida debe enfrentarse a las limitaciones que impone el crecimiento urbano. Por eso, en la capital comienza a ser muy popular el hanabi de la bahía de Tokio: mucho más espacio para muchas más personas.
Una segunda batalla que se libra cuando existen las presentaciones de flores de fuego es la del mejor lugar para ver (y fotografiar). La atracción secundaria es la atmósfera de relajamiento que envuelve a la fiesta: siempre hay un equipo de avanzada que se toma una parcela; se toman, metro a metro, todos los lugares disponibles en calles y parques, colocan una lona y los alrededores de la zona de disparo se llena de retazos. La gente llega con sus yukata (quimono de verano), con abanicos, llevan comidas, bebidas y juegos suficientes para aguantar las cinco o seis horas que deberán esperar, abrazados por el sopor del estío tokiota.
Como tiene que ser en cualquier festival, alrededor se amontonan también los puestos de comida que ofrecen yakisoba (tallarines salteados), yakitori (brochetas de pollo) o takoyaki (bolas de pulpo a la plancha), artesanías, chucherías, recuerdos, ventiladores de mano, sombrillas, Y claro, las jidohanbaiki, las máquinas de bebidas que expenden desde agua sin gas, café frío, té verde en cantidades importantes e, inclusive, cerveza y nihonshu.
Este encuentro en muy importante en términos de convivencia, mucha gente pacta en ese momento con sus amigos asistir juntos al hanabi del año siguiente. Se gasta el tiempo de diferentes maneras hasta que se hace la noche y se hace el hanabi.
Ayumi Miyamura cuenta que “Para mí hanabi es una experiencia conmovedora. Cada año admiro una obra de arte más emocionante de lo que podría imaginar. Nosotros sentimos gran alegría cuando vemos algo desconocido, el hanabi siempre me da este tipo de alegría y esta alegría me lleva a esforzarme cada día más”.
(Ayumi Miyaura impulsó un proyecto para presentar un hanabi en Quito, Ecuador, a propósito de la celebración del centenario de relaciones diplomáticas entre Japón y Ecuador).

 

Foto cortesía de Miki Enomoto
Al principio de este artículo se mencionó dos festivales especialmente notorios y se ha relatado ya los detalles del que se realiza alrededor del río Sumida en Tokio. Vale decir que en el segundo, los protocolos se parecen: la gente, las yukata, la comida, la fascinación.
Es la Competencia Nacional de Fuegos Artificiales (que en japonés se llama Tsuchiura Hanabi Taikai), que se realiza en la prefectura de Ibaraki. Dos horas completas de fuegos artificiales en las que cerca de cien artesanos de todo Japón muestran sus mejores trabajos para obtener premios y reconocimiento.
Es un espectáculo diferente porque en este evento se compite por la creatividad, hay que romper las reglas. En este certamen se evita calificar las mejores formas esféricas y de alienta las innovaciones que se puede realizar. Solo en este evento se puede admirar la aparentemente imposible competición de “fuegos artificiales diurnos”.
También se han producido espectáculos que fusionan música con hanabi. Hace poco se llevó a cabo una presentación en un estadio de baseball que fue visto por un millón de personas. También es famosa la pirotecnia en el puerto de Yokohama, cientos de miles de espectadores asisten y gozan las presentaciones de los más connotados fabricantes.

“Para nosotros, hanabi es una flor que brota en el firmamento, es un arte. Nosotros nos divertimos viendo las presentaciones (la nueva obra de este año, la calidad de hanabi y la manera de la presentación, etc.) incluyendo un show”, dice Ayumi Miyamura..
A tal nivel de desempeño han llegado los cascarones, preparados por expertos, que por momentos no queda claro si son millones de lápices de colores que dibujan puntos, crisantemos, peonías, cascadas, cometas, torbellinos en el firmamento o es que la pasión de los japoneses por la belleza logra rasgar el manto de la noche y abrir boquetes a nuevos soles, a nuevos cielos.


P.D.: Pueden dejarse estar durante 45 minutos con el video del festival de Yokohama de 2015. El video fue publicado por Lenny Sharp en agosto del ese año.

No se demoren mucho en volver.

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