En el envés del mundo 第一章 (Primera parte)

Hola, tengo mucho gusto de saludarles. Sucede que cuando un persona llega a vivir a otro país enseguida cuenta lo que le llama la atención, bien o mal. Pero raramente relata el proceso de convertirse en el nuevo ciudadano de un grupo humano estructurado. Es un hervidero de pensamientos, reflexiones y sensaciones. Y es lo que trato de transmitir en este primer capítulo de una serie de tres.

En el fondo y en la forma, es una zoquetada intelectual decir que este texto describe lo que hay al otro lado del mundo. A los seres humanos nos han entregado como residencia una pelota azul verdosa; pelota redonda; redonda, sin lados.
Se parece al cerebro humano, tiene hemisferios integrados. Es como el alma, fluye como una pompa de jabón que no distingue direcciones, que se ríe de la gravedad y que no se permite esquinas: todo es igual y diferente.
Si no hay lados, ¿cómo señalar geográficamente este archipiélago que está a una docena de miles de kilómetros de distancia de Sudamérica, al nor-oeste, a través del océano Pacífico?
Prefiero decir que es el envés. Estar de pies sobre una montaña con la vista fija hacia el horizonte para descubrir una perspectiva desconocida; esta óptica nueva muestra la vida de otra manera aunque es la misma vida, un paisaje que aunque parezca diferente es el mismo pero mirado con el envés de la razón; una energía igual, invertida.
Este país, ubicado en el meridiano oriental 140°y en el paralelo norte 50°, no está en otra parte que no sea el mismo lado de la vereda del mundo. Pero es invisible desde América Latina, dada la curvatura de la Tierra y, por eso, provoca la sensación de que es un espejo, que el Japón es la misma imagen pero invertida.
En datos puros y duros, es un archipiélago formado por más de seis mil islas. Si se las juntaran tendrían una superficie de 374.744 kilómetros cuadrados; está al este de Asia continental, en el océano Pacífico.


Muchos han ocupado su tiempo en responder la pregunta de cuál de las imágenes es la real y cuál un reflejo, pero ese ejercicio es igual de vano que hablar del otro lado del mundo. Las dos imágenes son reales, la repetición exacta de cada uno de los detalles me provoca imaginar que a ninguna de las dos se le pude acusar de ser un reflejo de la otra y, de hecho, en el espejo hay un mundo completo, conciso y coherente.

La Región de los Cinco Lagos, vista desde la cima del monte Fuji
A mi entender, el espejo es la forma; para citar al escritor ecuatoriano Juan Valdano, son los nimios rituales cotidianos los que abren un abismo entre quienes están en la realidad del reflejo o en el reflejo de la realidad, son los protocolos, las normas y los usos los que abren un abismo que nos parece insalvable. Debido a que los modos son diferentes nos solazamos ante nuestros conocidos con la manida frase de "estoy en el otro lado del mundo". Y no nos alcanza la humildad para aceptar que estamos en el mundo, en el mismo: más allá o más acá.
Mientras caminábamos por las afueras del Palacio Imperial y mirábamos los muros y los árboles –ver más allá es imposible-, caímos en cuenta que hay una sensación de inseguridad y esa incapacidad de tener el control puede provocar algún nivel de pánico.
Es esto: la vida en la ciudad propia, donde se ha nacido y vivido es, sobre todo, predecible, las sorpresas se enumeran con pereza y las historias que hay para contar se refieren a detalles insignificantes: hay la seguridad de la hora del ocaso, del tono de voz con el que se llama a la señora de la tienda; se puede saber con mucha certeza quién ganará las próximas elecciones y acercase mucho a la tasa de crecimiento de la economía. Hay, en definitiva, la sensación de haber dominado a la ciudad, ser el dueño de sus primaveras y sus neurosis.
Pero, en el momento en que se se abandona esa pradera predecible, donde se interactúa fluidamente, cuando se deja la esquina de confort, emerge la sensación de ser seres miserables, veletas mangoneadas por fuerzas inentendibles e incontrolables.
Se pierde la sensación de dominio del medio, el miedo se apodera del cuerpo como si fuera la ropa interior, a pesar de que frente a sí existen seres humanos iguales, calles, ritos en los templos, puestos de venta de comida, impuestos, noches y cuervos cuyo graznido puede nublar el sonido ronco del motor de un Lotus de sueño.
Y sí, vivir en el envés del mundo, en este archipiélago cariñoso y extraño, es lo mismo que habitar el revés del espejo, es mirar una puesta de sol que en realidad es un amanecer.

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